La conformación del nuevo gobierno de Israel tras las elecciones generales 
del martes probablemente insuma semanas, si no meses. Pero parece claro que los 
partidos derechistas encabezados por el Likud, del ex primer ministro Benjamín 
Netanyahu, tendrán la mayoría de los escaños no árabes en la Knesset 
(parlamento). 
El presidente Shimon Peres deberá decidir si encarga en 
primera instancia la tarea a Netanyahu o a la canciller Tzipi Livni, cuyo 
partido Kadima, de centro, apenas superó al Likud. 
Pero la mayoría de 
los analistas en Estados Unidos creen que el líder del Likud tiene mayores 
posibilidades de éxito, tanto en la formación de un gobierno de unidad nacional 
--su intención declarada-- o uno con una base ideológica más estrecha. 
Al margen de felicitaciones por la celebración de elecciones en sí 
mismas, los funcionarios del gobierno estadounidense se han mostrado, 
predeciblemente, muy discretos sobre los resultados. 
De todos modos, 
resulta claro que el gobierno de Obama habría preferido una victoria clara de la 
actual coalición de gobierno, dominada por Kadima y el centroizquierdista 
Partido Laborista, y no la posibilidad cierta de que se forme un gabinete 
encabezado por el Likud y sectores de derecha como el extremista Israel 
Beiteinu, que desplazó al laborismo del tercer lugar. 
Todos los grandes 
partidos apoyaron con fuerza la campaña militar de tres semanas en Gaza. Pero 
Kadima y el Laborismo adhieren explícitamente, además, a la creación de un 
estado palestino en ese territorio, Cisjordania y al menos parte de Jerusalén 
oriental. 
Netanyahu, en cambio, se opone a la constitución de un estado 
árabe y a cualquier concesión territorial en Cisjordania y Jerusalén, ofreciendo 
a los palestinos una "paz económica". También rechaza la posibilidad de congelar 
los asentamientos judíos en territorio cisjordano. 
Obama ha expresado en 
reiteradas oportunidades su respaldo a la creación del estado palestino, pero 
también considera urgente alcanzar un acuerdo, y no sólo para acabar con un 
conflicto que lleva 60 años. 
Se trata de restaurar la muy disminuida 
credibilidad de Estados Unidos en los mundos árabe e islámico, que cayó a su 
punto más bajo mientras transcurría el gobierno de su antecesor, George W. Bush 
(2001-2009), en parte por su apoyo sin condiciones a Israel. 
De hecho, 
Obama designó en el segundo día de su presidencia al ex líder de la mayoría 
demócrata del Senado George Mitchell, quien medió en el acuerdo de Viernes Santo 
en Irlanda del Norte, como su enviado especial a Israel, Palestina y países 
árabes vecinos. 
La misión de Mitchell, quien presidió una comisión que 
recomendó mecanismos para reducir la violencia entre israelíes y palestinos 
durante la segunda intimada (levantamiento popular contra la ocupación en 2000 y 
2001), será "buscar activa y dinámicamente un acuerdo definitivo de paz" entre 
las partes. 
En su primera semana a cargo, Mitchell emprendió una gira 
por la región y se prevé que regrese a ella a fines de mes, a pesar de la 
incertidumbre que crearon las elecciones israelíes. 
Las esperanzas se 
cifran en que Mitchell influya sobre el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, 
para que acceda a firmar un acuerdo con el Movimiento de Resistencia Islámica 
(Hamás) con la mediación de Egipto que estabilice la situación en Gaza. 
Pero analistas en Estados Unidos consideran poco probable que las 
conversaciones de paz entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP) 
avancen hasta que asuma un nuevo gobierno en el estado judío. 
Otra 
complicación para Mitchell es la gran división entre Hamás, que tomó en junio de 
2007 por las armas el control de Gaza, y la ANP que domina el partido secular 
Fatah, al mando en Cisjordania. 
Pero los resultados electorales en 
Israel vuelven difícil el avance hacia un acuerdo de paz, porque un gobierno de 
coalición, aun si es dirigido por Livni, debería seguramente incluir al Likud, 
que rechazaría negociaciones basadas sobre la eventual creación del estado 
palestino. 
Ni Kadima ni Likud formarían un gobierno "receptivo a un gran 
esfuerzo de negociación", dijo al diario Los Angeles Times Samuel Lewis, ex 
embajador de Estados Unidos en Israel y miembro del pacifista centro de estudios 
Israel Policy Forum (IPF). 
"Será realmente duro", dijo el ex mediador 
estadounidense Aaron Miller, hoy experto del Centro Woodrow Wilson, en alusión a 
las divisiones internas tanto en el campo palestino como en el israelí. "Los 
divorcios en Medio Oriente no conducen a decisiones audaces e históricas." 
"George Mitchell es un negociador extraordinario y talentoso, a quien 
respeto profundamente", agregó Miller en el programa de televisión Newshour. 
"Pero el gobierno de Obama, aunque está vestido, todavía no tiene a dónde ir." 
"Israelíes y palestinos están atrapados en un remolino de radicalismo 
que ha marginalizado a las denominadas mayorías silenciosas de ambas partes, las 
que reconocen que no hay esperanza de paz sin una solución basada sobre los dos 
estados", observó, en un análisis para la revista electrónica Huffington Post, 
el ex embajador estadounidense en Marruecos Marc Ginzburg. 
No todos los 
pronósticos son tan agoreros. 
"Será más fácil par Obama negociar con 
Netanyahu que con la igualmente halcona Livni, cuya aparente moderación es una 
bella fachada", escribió M.J. Goldberg, de IPF. 
"Un gobierno de 
Netanyahu no tendría esa fachada, y cualquier acto de sabotaje al proceso de paz 
o agresiones contra los palestinos contarían, al parecer, con la fuerte 
oposición de Estados Unidos", concluyó. 
A los demócratas "amigos de 
Israel" en el Congreso legislativo estadounidense "se les hará difícil elegir a 
Netanyahu, muy cercano a los republicanos, por encima de Obama". (FIN/2009)

  




























